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Lo primero, la montaña

El paso más temerario del valle de Tena: redescubriendo el Puente del Diablo

 

El Puente del Diablo (Puen dero Diaple): un viaje al pasado entre precipicios

Un puente improbable suspendido sobre la historia

A mediados del siglo XX, alguien decidió detenerse en un punto casi oculto del valle de Tena y disparar una fotografía que hoy es un pequeño tesoro histórico. En ella aparece un grupo numeroso de mujeres —y algún acompañante más— posando con serenidad sobre un enclave que, visto desde nuestros días, impresiona por su atrevimiento: el Puente del Diablo de Escarrilla. Aquella imagen, tomada en un tiempo en el que estas sendas formaban parte natural de la vida cotidiana, nos ayuda a comprender la magnitud del lugar y la valentía de quienes lo transitaban, casi como si la montaña no les intimidara en absoluto.

El Puente del Diablo: una arquitectura natural singular

El Puente del Diablo, Puen dero Diaple en aragonés tensino, no es una construcción humana, sino un fenómeno geológico sorprendente: dos enormes bloques de roca empotrados de manera natural sobre el río Gállego en la Garganta de Escarrilla. Durante generaciones permitió cruzar de una orilla a otra en el tránsito habitual entre las poblaciones de Escarrilla y Lanuza, así como para acceder a las articas, los campos de cultivo que salpicaban las laderas. Un paso estrecho, aéreo y difícil, tan exigente que prácticamente solo las cabras —además de los habitantes del valle— podían moverse con soltura por él.

Garganta de Escarrilla a principios del siglo XX con la carretera ya construida. Autor: Juli Soler

Que la fotografía muestre a tanta gente subida tranquilamente sobre este puente natural resulta casi desconcertante desde la perspectiva actual. Hoy, para la mayoría, bastaría un vistazo al vacío bajo los pies para pensárselo dos veces.

Una senda renacida tras décadas de olvido

Lo más notable es que, después de muchas décadas en las que el camino quedó engullido por la vegetación y cayó en desuso, recientemente ha sido parcialmente recuperado. Si bien no es un camino especialmente despejado, de nuevo es posible recorrer esta senda histórica que serpentea por la roca, se asoma a abismos sobre el río y permite alcanzar el puente tal como lo hacían los antiguos habitantes del valle. Las ayudas en forma de escaleras, sogas o peldaños que debieron de tener los antiguos tensinos están, obviamente, desaparecidas en la actualidad.

Pero conviene decirlo sin rodeos: aunque el sendero esté nuevamente localizado, no es en absoluto apto para principiantes. Se trata de un camino estrecho y expuesto, donde un simple tropiezo podría tener consecuencias fatales. Algunos de sus pasos más comprometidos han sido equipados con cuerdas fijas para facilitar el avance, pero aun así sigue siendo una ruta reservada para montañeros con experiencia en terreno aéreo y cierta sangre fría.

Cuerdas fijas sobre la Garganta para subir a Escarrilla desde el Puente del Diablo

Un punto clave en un valle lleno de nombres inquietantes

Quizá por su carácter abrupto y salvaje, el valle de Tena acumula una sorprendente colección de topónimos relacionados con lo sobrenatural: el Puente del Diablo, los Picos del Infierno, el barranco del Infierno, las Crestas del Diablo, el Forato d’os Diaples… Nombres que evocan lo prohibido, lo peligroso o lo inexplicable, y que recuerdan un pasado marcado por supersticiones, relatos de brujería y actuaciones de la Inquisición, cuya sombra todavía vibra en la cultura local.

Crestas del Diablo con todos los topónimos diabólicos

El Puente del Diablo encaja perfectamente en ese imaginario: un paso improbable, colgado sobre una garganta profunda, que parece más propio de un cuento oscuro que de una senda real.

Un lugar visitado… pero desde abajo

Aunque el puente había dejado de recorrerse por su parte superior, la Garganta de Escarrilla ha seguido siendo muy visitada en las últimas décadas. Su cauce es un clásico del barranquismo pirenaico, con una larga tradición deportiva. Aunque los modernos y directos accesos evitan el paso bajo el Puente del Diablo, cientos de barranquistas lo descienden cada temporada, contemplando desde abajo el puente natural que los antiguos vecinos cruzaban sin arnés ni casco, casi como un gesto cotidiano.

Pasando bajo el Puente del Diablo en el descenso de la Garganta de Escarrilla

La fotografía que devuelve vida al pasado

Por eso la antigua imagen resulta tan poderosa. Ver a aquel grupo posando con naturalidad en un lugar que hoy consideramos extremo nos conecta con la fuerza, la costumbre y el coraje de los habitantes del valle. Para ellos, estas rutas no eran una aventura: eran caminos de trabajo, de relación, de supervivencia. Formaban parte de un paisaje vivido, no de una actividad de ocio.

Superposición de la foto antigua sobre la fotografía actual

Un destino para exploradores responsables

Hoy, quienes deciden acercarse al Puente del Diablo lo hacen movidos por la curiosidad, por la historia o por la fascinación de reencontrarse con un fragmento del valle de Tena casi perdido. Pero el camino exige respeto, atención y experiencia. No aspira a ser una ruta turística al uso, ni está preparado para todos los públicos. Es, más bien, una invitación a tocar con las manos la historia del valle, siempre desde la prudencia.

Si te atraen los senderos que cuentan historias, los lugares improbables y la sensación de caminar por un filo suspendido sobre el tiempo, el Puente del Diablo te espera. Un enclave donde la memoria del valle aún late entre las rocas y donde, por un instante, es posible mirar el mundo con los mismos ojos que aquellos habitantes que, sin saberlo, se convirtieron en parte de su leyenda.


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El Balcón del Cuerviñán (Cueva del MIrador): pequeña joya colgada sobre el embalse de Mezalocha

A apenas media hora de Zaragoza existe un rincón singular, discreto pero sorprendente, que pocos senderistas conocen pese a su evidente presencia en el farallón que domina el embalse de Mezalocha. Se trata del Balcón del Cuerviñán, una pequeña cueva situada en un emplazamiento tan llamativo que, al descubrirla, uno se pregunta cómo es posible que no figure entre los parajes más conocidos de la provincia.

Balcón de Cuerviñán (boca norte, entrada 3) desde el camino de acceso

Una excursión cercana y accesible

La primera gran ventaja del Balcón de Cuerviñán es su cercanía a Zaragoza, lo que permite organizar una visita espontánea, ya sea en una mañana entre semana o como plan rápido de fin de semana. Desde el pantano de Mezalocha, un sendero sencillo nos aproxima al farallón calizo que bordea el embalse, y en algo menos de una hora de agradable paseo alcanzamos las proximidades de la cueva.

Interior de la cueva con la boca norte (entrada 3) y el agujero de la bóveda (entrada 2)

A diferencia de otras cavidades de la provincia, el recorrido por su interior es relativamente fácil y no requiere cuerdas. Sus galerías son breves, con desniveles moderados, y permiten ser exploradas por cualquier persona sin remilgos para arrastrarse por terreno irregular y sin claustrofobia. Es un lugar perfecto para iniciarse en la espeleología ligera o, simplemente, para dejarse llevar por la curiosidad.

Tres bocas, tres maneras de entrar

Uno de los elementos más llamativos de la cueva es la presencia de tres bocas de entrada. La más visible, la que da hacia el embalse, se abre como un auténtico balcón natural sobre el abismo, ofreciendo una panorámica excepcional del pantano y del paisaje de yesos y calizas que lo rodea. Desde ella, la cueva se prolonga hacia el interior conectando con otras dos entradas más discretas, una de ellas a través de una estrecha galería que añade un punto de aventura al recorrido.

Para entrar por la boca norte (entrada 3) hay que acceder escalando desde la base de la pared, para entrar por la bóveda superior (entrada 2) solo se puede mediante rápel no instalado. Es por ello que recomendamos internarse desde la boca sur (entrada 1, ocupada parcialmente por una frondosa zarza), ya que se puede explorar sin equipamiento especial, más allá de la obligatoria linterna frontal y el más que recomendable casco. El escaso desarrollo de la cueva de apenas 30 metros permite recorrer la cueva de principio a fin en unos pocos minutos.

La gatera. Paso clave del recorrido.

Esta peculiar configuración convierte al Balcón de Cuerviñán en una cavidad divertida de recorrer y muy fotogénica, perfecta para quienes disfrutan de los lugares con personalidad.

Un mirador privilegiado suspendido sobre el pantano

Si algo hace especial esta cueva es su situación estratégica, colgada literalmente sobre la pared que cae hacia el embalse. Asomarse a su gran boca norte es asomarse a un balcón natural sobre uno de los paisajes más peculiares de la comarca. Desde allí se domina todo el pantano, las laderas que lo rodean y el infinito horizonte del Campo de Cariñena con la sierra de Algairén al sur, el Moncayo al oeste y, en días claros, las nevadas cumbres de los Pirineos al norte.

Panorámica de sur a norte desde las cornisas superiores del Balcón del Cuerviñán

Es fácil imaginar por qué la cueva llama la atención incluso desde lejos. E igual de fácil entender por qué muchos montañeros y escaladores se han sentido atraídos por ella durante décadas.

Un lugar conocido desde los años 50

Aunque a veces se afirma lo contrario, el Balcón del Cuerviñán no es un descubrimiento reciente. En el interior de una de sus cámaras se recuperaron varios fragmentos de cerámica medieval junto con un borde de mortero de aspecto romano. Ya en los años 50 era conocido por los montañeros zaragozanos. Así lo contaba el añorado Rafael Montaner en el Boletín de Montañeros de Aragón de diciembre de 1983:

"Al otro lado del barranco ese se encuentra el «Balcón del Cuerviñán», cueva muy visible situada a media altura en la pared, la que es accesible escalando fácilmente desde la base, rapelando por un agujero que horada la bóveda o reptando por una estrecha galería, y aunque como escalada no tiene nada, para hacer el «abrio» es fenomenal. En adelante, sigue la muralla con la base más baja y con sitios majos para escalar."

Este testimonio muestra que las incursiones y exploraciones recreativas de la cueva ya formaban parte de la historia del montañismo aragonés en la segunda mitad del siglo XX.

Fotografía en el artículo original de Rafael Montaner en el que se menciona el Balcón del Cuerviñán

Sin embargo, también hubo épocas de olvido

Pese a su visibilidad, algunas publicaciones posteriores han señalado periodos de abandono. El libro Cuevas y simas de la provincia de Zaragoza de Mario Gisbert y Marcos Pastor donde, por desconocimiento rebautizaron la cavidad como Cueva del Mirador, lo resume así:

"Aunque la cueva siempre ha sido visible y conocida, dada las dimensiones de la entrada norte y su situación en un alto farallón, la obstrucción de sedimentos terrosos de un conducto de su entrada sur, obligado paso para acceder a las más amplias galerías norte, señala la falta de incursiones a ella durante los últimos siglos. También, en los últimos tiempos, la cerrada vegetación que ocultaba y ocupaba esta entrada, ha forzado el olvido de la cueva". 

Embalse de Mezalocha desde el interior de la cueva en el libro Cuevas y simas de la provincia de Zaragoza

Este contraste histórico —lugareños y montañeros que la visitan en la mitad del siglo XX frente al posterior olvido inducido por sedimentos y vegetación— añade un componente interesante a la narrativa de esta cavidad.

Consultado el veterano escalador Gregorio Villarig al respecto de los primeros recorridos, no tenía lugar a dudas:

"Sí, claro que la recorríamos. Cuando terminábamos de escalar el Gran Diedro era una manera diferente de salir. A veces también rapelábamos por el agujero. Nos teníamos que arrastrar por esa cueva, ya no me acuerdo si era más fácil hacerlo boca arriba o boca abajo. Si llegábamos a ese paso y habían caído piedras desde fuera, nos lo encontrábamos taponado y teníamos que volver a salir por donde habíamos rapelado, Lo hacíamos como entretenimiento, no porque pensáramos que estábamos haciendo algo de espeleología. Podía pasar que terminabas más cansado de arrastrarte por esa cueva y arañarte con las zarzas a la salida que de la escalada que habías hecho antes."

Escalada de época en Mezalocha.

Y respecto al topónimo Balcón del Cuerviñán afirma lo siguiente:

"No sé si tenía nombre antes. Nosotros como «Balcón del Cuerviñán» la conocimos siempre. No lo sé, pero el nombre parece puesto por (José Antonio) Bescós, que siempre le daba por inventarse palabras de ese estilo. Esto último no lo sé seguro, pero no me extrañaría nada."

La primera referencia conocida al vocablo "Cuerviñán" como topónimo la encontramos, precisamente, en la vía Cuerviñán Norte del mallo Gómez Laguna de Riglos, abierta por José Antonio Bescós y Rafael Montaner el 13 de junio de 1956, tres años antes de la apertura del Gran Diedro de Mezalocha por el mismo Montaner y Alberto Rabadá. ¿Tomaron el topónimo de la vía de Riglos? ¿Era una especie de jerga en el grupo? Parece difícil saberlo, pero el topónimo no se repite más en las aperturas de los escaladores de Montañeros de Aragón.

Un rincón que merece ser redescubierto

El Balcón de Cuerviñán reúne todo lo necesario para convertirse en una excursión imprescindible: cercanía, accesibilidad, interés geológico, historia montañera y unas vistas espectaculares sobre el embalse de Mezalocha. Es una cavidad modesta, sí, pero llena de encanto y perfectamente integrada en el paisaje que la rodea.

Quien se acerque hasta ella descubrirá un pequeño tesoro colgado sobre el vacío, un balcón natural que invita a detenerse, respirar y contemplar el silencio del pantano desde un lugar privilegiado.

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