Este rincón de Guara es conocido sobre todo por su ermita de San Martín. La primera vez que hice esta excursión me hubiera gustado llegar a su final sin saber lo que me esperaba al terminar mis pasos, porque es verdaderamente espectacular aún sabiendo lo que esperas. Pero no quiero adelantar acontecimientos.
Se llega por pistas bien indicadas desde San Julián de Banzo, un pequeño pueblo al pie de la sierra donde antiguamente se canalizaba el agua que abastecía a la ciudad de Huesca. Desde que dejamos atrás el coche ya entramos en un ambiente curioso, entrando en el cauce del barranco de San Martín y recorriendo su fondo casi íntegramente hasta que un pequeño afluente por nuestra derecha nos permite seguir remontando. Rodeados de bosque llegamos a la Puerta del Cierzo, punto estrecho de paredes desplomadas con un pequeño manantial, donde podremos tomar fuerzas para la subida que nos espera.
Hasta ahora el camino ha sido prácticamente llano, pero ya viene lo bueno. Nos encontramos con el camino que viene desde los campos de Ciano (zona de Vadiello) y que es bastante menos transitado y comenzamos una subida sin tregua siguiendo el mismo ambiente de bosque que nos ha precedido. Tras unas cuantas lazadas de sendero llegamos a la pared, continuando pegados a ella hasta encontrar una placa en la roca que recuerda a un joven de Barluenga que murió en el camino; al leer la placa siempre surge la discusión en el grupo de si murió despeñado porque se le soltó un bloque o murió aplastado por el bloque. Se aceptan interpretaciones.
"Alberto Lacasa y López, hijo de Alberto y de Ramona, natural de Barluenga, nació en dicho pueblo el 7 de enero de 1823 y murió de desgracia a los 20 años cerca del barranco inmediato procsimo (sic) al camino en que habiéndose acogido a un peñasco para salir del punto en el que se hallaba se desprendió causándole su muerte. Viageros (sic) rogad a Dios por él"
Pasada la placa, tenemos dos opciones: Paso d'a Biñeta, muy fácil, pero con algún paso de cable que puede echar para atrás a gente poco preparada o con algún impedimento (ser mayor, llevar perro... cosas de ésas). El otro camino, más largo y menos bonito, es el paso de los burros que rodea la parte baja del collado de San Salvador y parece que fue el utilizado para la restauración de la ermita de San Martín.
Al llegar al collado de San Salvador se abre el mundo. La vista es extensísima; hacia el sur se vislumbra el horizonte de "la tierra plana" y a nuestros pies intentamos adivinar en las profundidades el cauce del barranco de San Martín que ni siquiera se atreve a asomarse intimidado por la presencia de los enormes mallos que tenemos enfrente.
El descenso al barranco es fácil, pero no deja de impresionar. Cada vez nos vemos más metidos en el abismo y una vez en el cauce nos quedamos sobrecogidos por la inmensidad de las paredes que nos rodean. Desde aquí, remontamos unos minutos y un ambiente cada vez más cerrado se apodera de nosotros hasta dar de frente con la bellísima cascada y la ermita de San Martín. Cuesta creer que un punto tan recóndito fuera visitado desde tan antiguo (la fecha fundacional del cenobio se remonta a la alta Edad Media).
Cuentan las leyendas... hala, eso para otro día.
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