La montaña es pródiga en mitos. Aquella máxima de "vive rápido, muere joven" es aplicable a los rockeros y a los "roqueros" en toda su plenitud. Tengo la idea, quizás equivocada, de que la manera de destacar en montaña siempre es arriesgar y que el estar en la élite es tensar la cuerda del peligro lo suficiente, pero sin llegar a romperla. Si tras ser considerado élite rompes esa cuerda pasas a ser mito.
Rabadá y Navarro cumplen paso por paso la creación canónica del mito. Destacar en su campo y morir joven en una despedida trágica. Rabadá y Navarro, el Che Guevara o James Dean, da igual; la secuencia es la misma.
Hace 45 años, una de las cordadas punteras de la escalada mundial rechazaba todas las retiradas posibles en una lucha contra la muerte en la vía más terrible y dificultosa del momento: la norte del Eiger. ¿Por qué seguir? ¿Por qué no bajar cuando fue posible? ¿Qué llevó a los aperturistas de la Oeste del Naranjo, el espolón del Gallinero y el Espolón del Firé a continuar escalando hasta morir de agotamiento y frío el 15 de agosto de 1963? Desde que abrieran la vía de los Diedros en Riglos hasta su muerte en La Araña pasaron poco más de 4 años como cordada y sin embargo el mito de sus vías parece forjado en un tiempo eterno.
El montañismo aragonés -y mundial- vive ahora 45 años de ausencia. 45 años pensando en qué hubiera sucedido si hubieran podido seguir regalando vías a la historia. 45 años alimentando el mito.
Las fotos de Rabadá y Navarro del primer montaje están sacadas de la galería pública de Fernando en Picasa
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